No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

8.12.10

Un delito solapado

Egon Schiele (pintor expresionista)



Ese día su madre no pudo pasar por ella a la clase de ballet. La pequeña Magdalena tuvo que regresar caminando a su casa. En realidad la distancia que recorrería no sería muy larga, además, caminar era una de las prácticas que más disfrutaba, le parecía la excusa perfecta para perderse en ese raro vicio que tenía de contar los pasos que la conducían hasta su hogar.
No era un día ordinario, el sol inepto insistía en exhibir su fulgor a pesar de que la frigidez del otoño le exigía moderación; el aire etéreo abrazaba a la bella adolescente de ojos amielados y piel nocturna que emprendía el camino de regreso a su morada, ansiosa por dar -y contar- el primer paso, hasta llegar al último. Las engreídas piernas de Magdalena le otorgaban una majestuosidad provocadora, sólo el flequillo que adornaba su rostro advertía que aún era una chiquilla. Tan hermosa como ingenua, pensaba su madre.
Con la mirada afianzada en el suelo, convidando de su belleza a los ojos pervertidos que andaban por la calle, Magdalena se concentraba en su peculiar actividad. Había numerado los pasos de más de la mitad de su trayecto, pero tuvo que interrumpir su conteo cuando, muy de cerca, a sus espaldas, escuchó el cauteloso motor de un vehículo que la seguía. Magdalena decidió mostrarse serena a pesar de que el miedo la hizo sentirse indefensa. Un color blanquecino invadió su piel y los gigantescos ojos quisieron escapar de sus trincheras. De pronto el aire se volvió espeso e intentaba detenerla, Magdalena caminaba más despacio, como esperando el inevitable momento del ataque. El vehículo la alcanzó.
¾Hola, preciosa ¾le dijo una voz masculina¾ me gustaría platicar contigo un momento. Te prometo que no te quitaré mucho tiempo. ¿Podemos dar un paseo rápido en mi coche?
Una mueca de alivio le regresó la belleza a la chiquilla cuando el misterio terminó. El extraño hombre de piel elástica y transparente le pareció insípido a la pequeña. Lo único que llamó la atención de Magdalena fue el tamaño monumental de sus manos. Eran unas manos colosales, como las de su padre fallecido. Extraviada en su contemplación, Magdalena reaccionó instintiva. Se subió al coche. La primera pregunta del desconocido la despabiló.
¾¿Cómo te llamas, linda?
¾Magdalena ¾respondió sonriente y sin verlo a los ojos.
¾Magdalena, Magdalena ¾dijo el hombre casi hablando para sí¾. Tienes un bello nombre.
¾Lo sé. Es un nombre bíblico, señor ¾Magdalena se sentía inteligente al explicárselo.
¾Sí, preciosa. Eso lo sé. Y permite que te diga que los nombres bíblicos me provocan cierta fascinación ¾los ojos del extraño se inundaron de un brillo exaltado¾. Y bueno, hablando de nombres ¾dijo incorporándose¾, yo me llamo Patricio, linda. Un placer.
Después de la presentación, Patricio continuó hablando un rato prolongado. Le dijo a Magdalena que era el dueño de una agencia de modelos y pronto tendrían un desfile de modas donde participarían las marcas más renombradas de la ciudad. Cuando vio la refulgente figura de la adolescente exhibiéndose por la calle, quedó convencido de que tendría que conocerla. Según sus apreciaciones, la muchacha era perfecta.
 ¾Acaparaste mi atención enseguida, por eso me atreví a hablarte.
En realidad el trámite de petición y aceptación no duró más de diez minutos. Al día siguiente Magdalena tendría que presentarse a una sesión de fotos para el catálogo de la pasarela en el domicilio que el hombre le escribiría. ¾Ahorita te anoto la dirección ¾dijo buscándose una pluma que no quiso aparecer¾ puedes decirle a tu mamá que te lleve, para que no desconfíe.
El paseo en automóvil no fue tan rápido como había sugerido Patricio. Una vez que Magdalena dio el sí, el hombre comenzó a hablarle de temas poco habituales, permitiendo a sus deseos lujuriosos escapar de la cárcel de su mente.  
 ¾Ahora dime, ¿te parezco atractivo, preciosa?
Magdalena no se impresionó con la pregunta inmoral, había vuelto a prestar atención a las manos inquietas del hombre; con la misma concentración con que contaba sus pasos al caminar observaba ensimismada la textura demacrada del par de manos paternales. La niña se había vuelto ajena a su propia conciencia desde que subió al auto. Actuaba impensadamente, la actitud engañosa de Patricio y esas manos monumentales la seducían. Pareciera como si estuviera hechizada.
¾La relación que yo tengo con mis modelos es muy profesional. ¿Sabías que nos damos besos en la boca aunque no seamos novios?, y eso no tiene nada de malo. En este medio es una práctica de lo más normal.
¾¿Enserio? ¾los ojos seguían hipnotizados por el movimiento de las manos.
¾Sí, hacemos eso y otras cosas más, primor. Me gustaría preguntarte, sin que te sientas obligada, recuerda que no pretendo incomodarte, ¿te gustaría darme un beso? ¾dijo Patricio barnizando con la lengua sus labios flácidos.
El hombre era un ilusionista de la palabra. Sabía que tendría que transmitirle confianza a la señorita para que accediera a sus inmoderadas solicitudes. Magdalena dijo que sí. Mientras esperaban el semáforo para tomar la calle principal, se besaron. Magdalena sintió los labios empapados de impudicia destripando los suyos. La lengua de fierro se le clavó en la boca desprevenida, sintió cómo fisgoneaba atrevida en su hueco inmaculado. Una leve excitación recorrió en un segundo todo su cuerpo. Esa fue la experiencia de su primer beso.
Cuando Patricio advirtió que “Magdalena la embelesada” se sometería a todos sus apetitos sin respingar, decidió buscar un lugar poco transitado para estacionar el vehículo. Allí continuó hechizándola con más falsos discursos. Magdalena escuchaba abstraída, los diamantes marrones de sus ojos encandilaban a Patricio. La locura lo asaltó. Le pidió a la incauta que cumpliera sus febriles deseos, así fue como Magdalena mostró por primera vez su torso desnudo a un hombre, dentro de un coche, huyendo del mundo. Patricio se atrevió a succionar las pequeñas esferas que apenas tomaban forma, luego las apretó con sus manos aberrantes. Sin interrumpir la operación, acercó su cara al sexo de la jovencita y le pidió que se lo revelara. La embelesada, que no dejaba de ver las manos amasando sus infantiles senos obedeció la orden. Una naciente grieta se asomaba altanera, Patricio se convenció de que había sido creada por una deidad. La sola contemplación de esta insignia provocadora desató una rebelión en su vientre. Las manos se cansaron de manosear los pechos y se dirigieron codiciosas a la fisura pulposa. Magdalena cerró los ojos para imaginar que las caricias que recibía eran de su progenitor. Así llegó al éxtasis.
El encuentro concluyó. Patricio llevó a Magdalena al lugar donde la había recogido. Durante el trayecto los fugaces amantes no mencionaron una sola palabra de lo que había sucedido. La naturalidad con la que actuó Patricio inquietó a Magdalena, en verdad no parecía que apenas hacía unos momentos los cuerpos de ambos estaban ofrendándose placer. Para él, esto ya es algo cotidiano, por eso se comporta así, pensó ingenuamente y decidió actuar de igual manera.
¾Entonces, nos vemos mañana para la sesión de fotos, ¿verdad? ¾dijo siguiendo la secuencia de lo que ella decidió llamar un juego.
¾Sí, ahí te espero. Arréglate mucho.

Magdalena caminó las últimas tres cuadras hasta su casa. Se olvidó de seguir contando sus pasos, prefirió reconstruir en su mente cada instante que había pasado en el coche con Patricio. Bosquejó una discreta sonrisa cuando recordó que aquel hombre jamás le dijo dónde sería la sesión fotográfica.

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