No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

16.11.09

Herencia colonial

La única costumbre que hay que enseñar a los niños y a las niñas es que no se sometan a ninguna.
Jean Jaques Rosseau

Un 12 de noviembre de hace muchos años, nació en México Juana Inés de Asbaje y Ramírez, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz; mujer rebelde e indómita que se atrevió a romper paradigmas y fémina a la que el mal adjetivado “sexo débil” tenemos mucho que aprenderle.

Niña prodigio, que a los 3 años comenzó a leer y antes de cumplir los diez ya pedía que la enviaran a estudiar a la Universidad, Sor Juana se convirtió en la máxima figura de las letras mexicanas, con una trayectoria que, en sus tiempos, y por su condición de mujer, era difícil consolidar.

La época en que Sor Juana Inés de la Cruz existió -época de la colonia- los roles de los sexos masculino y femenino (los que eran tomados en cuenta; los “ricos”) estaban muy bien definidos; el hombre trabajaba, ocupaba puestos de autoridad, era intelectual y regía el modus vivendi de las comunidades; la mujer, que no era dueña de sí misma, debía cumplir con tres funciones específicas en la sociedad: desempeñar las labores domésticas y criar a los hijos; ser sumisa y obedecer la voluntad de los hombres; y ser religiosa hasta los huesos.

Concebida como la “guardiana de la honra familiar”, la mujer rica se preparaba desde niña para el matrimonio; sabía que mientras su marido arreglaba los asuntos importantes fuera de la casa, ella debía permanecer enclaustrada criando a sus hijos, limpiando, rezando, y conservando las tradiciones familiares. La mujer de esos tiempos no tenía el mismo acceso que un hombre al conocimiento y a la cultura, su lugar era adentro, encerrada.

Juana Inés reclamaba el derecho de las mujeres al aprendizaje, sabía que la capacidad intelectual de la mujer no debía funcionar solo para casarse con un hombre al que apenas conocía con el tonto fin de conservar y engrandecer las riquezas de las familias bien acomodadas. Sor Juana sabía que el papel de la mujer también podía ser trascendente; huyó de la sumisión y la obediencia a los hombres, decidió ser dueña de sí misma, y se atrevió a tomar sus propias decisiones. Se convirtió en una mujer crítica y fue criticada duramente por hablar claro, sin embargo, el placer de haber seguido sus ideales y haber hecho lo que ella quería, fue la mayor recompensa que esta mujer pudo obtener.

Sin embargo, la herencia colonial sigue causando estragos en el modo que tiene la mujer de percibir su realidad. Ahora, con todo y que ya es su “libre decisión” si se casa o no, estudiar una carrera universitaria, trabajar, ser madre soltera, ser monja, prostituta, intelectual, o lo que sea, la mujer moderna sigue buscando depender de alguien; le tiene miedo a su autonomía. Las mujeres del siglo XXI debiéramos ser rebeldes, indómitas, insumisas, atrevidas, romper paradigmas y demostrar, como Sor Juana en su contexto, que con el simple hecho de hacer lo que queremos sin miedo, y reconociendo a las demás mujeres seremos sujetas de derecho y actrices políticas de nuestra vida.

Y aunque es la virtud tan fuerte, temo que tal vez la venzan. Que es muy grande la costumbre y está la virtud muy tierna.
Sor Juana Inés de la Cruz