No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

10.1.11

Su yo desdoblado

13 x 20 cm, 216 pp., 2009 / Precio | 120.00
Género | Narrativa / Colección: Narrativa

Cada cuartilla parida será como una parte de su yo desdoblado.

Jaime Muñoz, Parábola del moribundo


Una parábola es la narración de un suceso fingido del que se deriva una enseñanza. La “Parábola del moribundo” Jaime Muñoz (Gómez Palacio, Durango, 1964) es un viaje, tal vez no real, aunque sí realista, de 214 páginas a la vida de un menguado poeta torreonense que no tiene esperanza de trascender en su oficio, hasta que algo sucede. Bajo la estampa de La Cabra Ediciones, “Parábola del Moribundo” se fracciona en diez capítulos con exquisita narración. Leerlos es conducir un deportivo por el free way, rapidito y sin semáforos.
            La novela recluta la atención del lector desde la primera página con un terrible hacinamiento de palabras mal escritas que obligan a desplanchar la frente: “Sobre mi mesa de trabajo lucían dos billetes primorosos y una tarjeta de agradecimiento: Vine, Grasias mil por todo. es Ud. persona exelente. Le agradesco muchisimo la ayuda; No sabe cuanto me hayudarón sus palabras. Ya Cayó. A nasido Otra Esperanza Su amigo VICENTE.” Dan ganas de continuar la lectura para encontrar la justificación de aquellos disparates ortográficos que, por supuesto, el autor, con la comisura derecha de los labios más levantada que la otra, sabe que exigimos.
            La eterna introspección de Santiago Macías, pobretón a causa de su vocación, es un río que desborda imágenes de la tétrica realidad literaria de provincia. Resulta imposible no comparar las situaciones leídas con la surrealidad de la realidad; las seudodamas de la caridad, los seudoperiodistas, los seudoescritores intelectualoides, los seudofuncionarios públicos, los despreciables seres ordinarios representados en Vicente, su nefasto y querido mecenas, quien además es la especia que le da sabor y picardía a su apagada vida, son personajes de una verosimilitud tal, que a momentos tendremos la impresión de estar leyendo una parodia.
            “Escribir aquí era una calamidad. Hay tantos libros, tantos buenos autores y tan pocos lectores”. La crítica a la falta de interés y apoyo a la cultura literaria es la esencia de este sabroso libro. Pero a Jaime Muñoz le gusta ser atractivo, y sabe que la mejor manera de “ligarse” al lector es siendo sencillo; se pule con los ingeniosos juegos de palabras que ofrece, y el humor que maneja es la pura imagen de la irreverencia. Sus ejemplos son tan cercanos que fácilmente nos introduce en la historia. Y no dejemos de lado el flujo y ritmo de la narración que es impecable y lo que más le admiro al autor.
            “Parábola del moribundo”, de venta en Educal, la escribió un náufrago en el desierto que se reivindica como escritor talentoso y digno de emulación. Y, como toda parábola, ésta también deja una enseñanza. Le invito a descubrirla.

6.1.11

Esto que ves es un rostro… y sólo él puede llorar como lo hace.

Lolita Bosch

“Te miras y te dices que sin duda eres alguien, que ése del espejo eres tú. Y eres tú. Pero no hay nadie.”
Miguel Morey, Deseo de ser piel roja (1994)

Sí, me ha pasado. Verme en el espejo y no entender más allá de mi boca, de mis ojos, de mis cejas, de mi rostro; me ha pasado. ¿Qué pasa cuando pensamos en nuestra muerte, la muerte, como algo que va a suceder inevitablemente y que por esta razón nos provoca un sentimiento terrible de desesperanza e incertidumbre? ¿Qué, cuando miramos al espejo y vemos nuestro rostro más que muerto, aun antes de que hayamos muerto?
“Esto que ves es un rostro”, primera novela de la escritora española Lolita Bosch es un cúmulo de reflexiones internas que se pudiera hacer cualquiera de nosotros al mirarnos frente a la muerte, y que provocará hacernos esas preguntas existencialistas para las que casi nunca tenemos respuesta. Aquí encontraremos reflejados los temores del ser humano mediante un diálogo interno que nos conducirá al terrible desenlace de la trama, nuestra trama: inevitablemente morimos, a veces incluso antes de morir, morimos, sin entender quiénes somos, quiénes fuimos, qué hay (había) dentro de nosotros. Las terribles reflexiones que emergen a partir tan solo de la mera contemplación de una cara son perturbadoras.
El estilo con que la Bosch escribe resulta peculiar; el uso reducido de las comas a lo largo de toda la novela es algo que nos permite leer con mayor soltura y adentrarnos con más confianza a ese diálogo interno que de súbito pareciera que hacemos con nosotros mismos; logra inmediatamente hacer conexión con el lector sumergiéndolo en su mar de reclamos y preguntas.
Este diálogo personal, además de ir cargado de mucha energía, de muchas verdades, de asomar la inmensa vulnerabilidad del individuo ante la muerte, es también una muestra de que no siempre los actos de rebeldía literaria son injustificados. A Lolita Bosch quiero seguirla leyendo.