No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

16.12.10

La nostalgia manifiesta en las plumas de tres escritores laguneros


El realismo socialista de David Alfaro Siqueiros.
Karla Alvízar

A pesar de que fuese homogénea la interpretación que en un sentido muy general le pudiéramos dar a la palabra nostalgia, es importante explicar el significado real de ella para entender la intención de su uso en este ejercicio literario; nostalgia, según el portal en internet de la Real Academia de la Lengua, es la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. Esclarecido el punto, podemos comenzar con el desarrollo de la hipótesis que brota a partir de la lectura de tres cuentos laguneros.
Las tres historias convergen para platicarnos sobre el amor, la patria y la revolución. Saúl Rosales (Torreón, 1940), Vicente Alfonso (Torreón, 1977), y Jaime Muñoz (Gómez Palacio, 1964) escribieron –en ese orden– tres historias con un sutil sentido de crítica social que los delató como rebeldes con un legítimo espíritu insurrecto, zarandeado por la nostalgia que provoca el recuerdo de la época en que el ideal socialista trascendía las palabras. “Amor en Moscú”[1], “Sirena del Báltico”[2], y “Las grandes Alamedas”[3] son títulos que a simple vista parecieran no tener ninguna relación, sin embargo, una vez que penetremos sus historias notaremos que además de las similitudes en la forma, están hermanados por una misma voluntad, la de escribir con la pluma insubordinada para decir algo, ir más allá de sólo escribir bien; hablar, muchos años después, de un tema que sigue agitándoles la conciencia. Señalo a los tres como escritores reflexivos.
          Los autores forman parte de tres diferentes generaciones de escritores en la Región Lagunera y llama la atención que la distancia generacional, al menos en este caso, resulta inapreciable. Después de leer los cuentos citados es sencillo imaginar al trío de literatos unido por un hilo invisible que los atraviesa por el mismo órgano, no sé con exactitud cuál, pero me atrevo a suponer que se trata del estómago, porque es el primero donde se manifiesta el enojo engendrado por un ideal frustrado. Cada narrador posee su propio sazón y con él cocina historias autónomas y, aunque forma y fondo se exhiben como un binomio inseparable, tratándose de los tres cuentos laguneros le concedo mayor relevancia al fondo. Los tres maquiladores de historias no se conforman con entretener al lector. Lo interesante de los cuentos es el discurso encubierto que a la vez se revela cuando nos permite, a través de la forma (el estilo, la técnica), leer al autor y así captar el fondo. Sin embargo, para poder llegar hasta ahí, tendremos que utilizar un método: iremos desde lo estruendoso hasta más allá de lo inaudible. Como bien lo dijo el propio Saúl Rosales en una de las tantas cátedras que ha ofrecido, las cosas son como somos (son) sus autores; es necesario desentrañar las historias para entender a sus creadores.

I. Lo estruendoso.
En un juicio general, advierto el cuento de Vicente Alfonso –el más joven de los tres escritores– como el más distante en cuanto a similitudes; veo las historias de Rosales y Muñoz más vinculadas, aún así, nuevamente en un sentido general, los tres logran encontrarse y a final de cuentas el conjunto nos obsequia trazos de semejanza merecedores de análisis.
 La tríada de cuentos es relatada en primera persona, sólo “Sirena del Báltico” en esporádicas ocasiones le presta voz a un narrador omnipresente. Sin embargo, solamente en “Las grandes alamedas” se nos revelará el nombre del expositor de la historia. Además, el trío de títulos, construidos con tres palabras cada uno, hace alusión a lo femenino, incluso “Amor en Moscú”; creo que la palabra amor histórica y culturalmente está más relacionada con la figura femenina, cuántos poemas amorosos no han sido dedicados a una mujer.
En contrapeso, encontramos que las tres historias las platica un hombre al que sus creadores –excepto Jaime Muñoz– obligan a salir de su país empujado por fines distintos; en un caso, el arte: “Llegué a San Petersburgo a mediados de octubre. […] El plan era montar la exposición y regresar a México […].”[4]; en el otro caso, el ideal socialista: “[…] estar por fin en una tierra que había ansiado pisar porque sustentaba a la gente que admiraba, la que precisamente cuarenta años antes había consumado la primera revolución socialista […], o, por lo menos, alojaba a sus descendientes.”[5]. En el caso de “Las grandes…”, aunque no es el verdadero protagonista, Pepe Rojas nos habla de su amigo de la infancia, un chilenito de pelo lacio de cazuela que lo salvó de la indiferencia y que, por conflictos políticos en su país, huyó con sus padres, “Llegaron a México sin nada, y el azar los trajo a Torreón […]”[6].
Dos son historias narradas muchos años después de que sucedieron y aparecen como las memorias de un hombre secuestrado por la nostalgia que le alborota el recuerdo de la estación indómita en que se instaló cuando gozaba de juventud. “Amor…” es contada 36 años después, “Las grandes…”, 30. Ambas encuentran su final una vez que transcurre esa cantidad de años. En cambio “Sirena…”, aunque también es narrado en tiempo pasado, jamás muestra fechas exactas (el autor sólo habla de meses), solamente alcanzamos a identificar la época gracias a las casi imperceptibles descripciones que nos ofrece: “La naturaleza dialéctica de Katia me ayudó a […] desterrar un prejuicio heredado de una niñez occidental marcada por la guerra fría.”[7]; además, el cuento concluye con el mismo ritmo de tiempo con que se va narrando, pues la historia termina cuando el protagonista decide quitarse la vida: “[…] hasta que reúne el valor para sacar la pistola y apuntarse a la cabeza. Ojalá ya esté muerto cuando lleguen los guardias.”[8]
En “Amor…” y “Sirena…” las características de la fémina de quien se enamoran los protagonistas son similares: de entrada, ambas son rusas, por consecuencia, de rasgos físicos parecidos; en la historia amorosa, son ellas quienes toman la iniciativa para propiciar la relación. Mientras en “Amor…” Olga se nos presenta como una mujer comprometida con la lucha socialista de su país y entregada por completo a esta forma de vida, por otro lado Katia, en “Sirena…”, no profesa explícitamente ningún tipo de creencia política; sin embargo, la crítica social del autor, otra vez sutil, se deja ver cuando la rusa se niega a abandonar su país, haciendo evidente la desdicha que en esa época vivía la clase oprimida en Rusia: “No puedo ir contigo […]. No quiero cambiar otra vez, estoy acostumbrada a la vida aquí. Prefiero la tristeza de un invierno continuo a disolver las esperanzas en el sol improbable de un verano que tal vez no llegue nunca.”[9]
         El último comentario que me surge antes de continuar con el fondo de los cuentos se refiere al estilo narrativo de los autores. En realidad, los tres escritores manejan un estilo romántico, quiero decir, la carátula de los cuentos es una historia de amor, amor inclinado a la nostalgia; aunque como se mencionó cuartillas arriba, cada uno le puso su condimento. De los tres individualmente, comentaré el aspecto que más disfruté[10]. De Rosales, el juego de palabras que más allá de resultar melodioso para el oído, nos explica el sentir del protagonista, y bosquejamos una sonrisa discreta porque lo entendemos, incluso queremos solidarizarnos con él: “Jugando con las palabras, era una forma de vida / una forma debida. […]. Todo lo fecundaba el consentimiento recíproco, consentimiento, con sentimiento, con amor, con amor-nía, con armonía […]”[11].
De Alfonso, la forma tan suave, ingeniosa con que nos narra la historia. Es prudente, prefiere proponernos pistas, nos obliga a entrar en convención, a permanecer atentos porque, de lo contrario, se nos podría escapar algún detalle significativo para comprender el desarrollo de la trama. Alfonso bien pudo decirnos que su protagonista había viajado a Rusia, así de simple, sin embargo, le gusta quebrarse el coco y nos exige quebrar el nuestro también, intentando adivinar: “Sentí que me condenaba al destierro en un país de gente hermética. Fue difícil aceptar que ese territorio brumoso estuviera en el mismo planeta de arbustos secos, de sol y polvo que habían erosionado treinta años de mi vida.”[12] Y, más adelante nos regala otra coqueta pista: “Nunca pude acostumbrarme a su belleza dura, de sirena del Báltico.”[13]
De Muñoz, la facilidad que posee para trazar ideas de manera en apariencia simple. No presiona al lenguaje, no es rimbombante, es un escritor sencillo. Anota la palabra adecuada en el lugar exacto. No escribe ni de más, ni de menos: “Recuerdo que lo conocí en la tienda de la esquina. Él iba por leche, yo por una telera de pan Bimbo.”[14] Más adelante, cuando habla de Betina, la niña que enamoró a Antar, el chico de quien trata la historia, nos dice: “Muchos se morían por caerle encima pero ella se daba su taco y alejaba a las moscas respingando más la nariz, muy mamona.”[15]
Del conjunto de hombres con experiencia en el oficio de la escritura, puedo decir que aplaudo y ambiciono (que es mejor que envidiar) la pericia para delinear en nuestra mente las imágenes exactas y precisas de cada escena en sus cuentos; al leerlas, nuestras pupilas son seducidas por las figuras que las escenas ofrecen, siendo las imágenes tan visibles, tan verosímiles, tan palpables: “Llegamos al borde de granito y cemento. Yo nunca había visto un río con  agua, con tanta agua, deslizándose solemne, grave, contundente. Me extasió el desplazamiento de la pesada larga masa líquida; me hipnotizaron el cabrilleo de las luces que rebotaban  en la superficie, el chasquido de las olas párvulas destrozadas por la orilla, el olor del agua y las yerbas arrastradas a lo largo de la ribera.”[16]; “Aproveché para disolverme ante el incendio del pelo que se despeñaba por su cuello y le besaba los hombros. Una falda gris y blusa blanca lamían su perfil macizo, sus curvas de mujer entera.”[17]; “Teníamos la misma estatura, y él un pelo lacio y delgado que le caía en la frente, de cazuela, de príncipe valeroso, y la piel como de papel, muy blanca.”[18]

II. Más allá de lo inaudible.
Más allá de lo inaudible se encuentras los creadores. Hablaré aquí de quienes escriben, utilizando sus obras –los tres cuentos– como herramientas de apoyo que ayudarán a ejemplificar y respaldar las hipótesis que aquí surjan. Intentaré definir y entender a los tres escritores a partir de la lectura de estos cuentos específicos, sin el afán de sentirme una sicóloga, aclaro.
         Saúl, Jaime y Vicente son tres hombres laguneros, cada uno con una historia particular, indiscutiblemente. ¿Qué los une, además del hecho de haber nacido en la misma región?, ¿por qué, si los tres pertenecen a una generación diferente, escriben sobre un tema concreto que, aunque forma parte del pasado, refleja los sentimientos vigentes de las naciones mutiladas por la injusticia? Gracias a la escritura, ellos se encontraron. “Amor en Moscú”, “Sirena del Báltico” y “Las grandes alamedas” en definitiva no son tres simples cuentos. Son tres discursos, tres ensayos que evidencian el sentimiento de lucha de tres sujetos cuya trinchera es la expresión literaria. Es irrefutable que los tres son cuentos políticos, aunque unos estén más disfrazados que otros.
         Uno tuvo que morir (en “Sirena…”), el resto vivió para contarla. Ubicamos a los dos narradores con la cabellera austera y arrugas en las manos, en la comodidad de su hogar con olor a recuerdos, frente al televisor o leyendo el periódico, doblegados por el sistema al que combatieron durante muchos años, mientras no necesitaron un trabajo para subsistir. Es el retrato de muchos hombres que hoy son maduros.
         Los cuentos de Rosales y Muñoz terminan así, respectivamente. “Pasaron ya muchos años desde 1957. He vuelto a ver a Olga. Me la trajo una foto de la agencia de noticias Reuter publicada por la prensa local. […] Yo acá, trabajador asalariado, sé que en Rusia sigue viviendo una defensora de la clase trabajadora; que todos los proletarios del mundo tenemos en Rusia una compañera de lucha. La solidaridad vive y resiste.”[19] Hago una acotación, ésta última frase con la que termina el conmovedor cuento de Saúl Rosales, se presenta como epígrafe  en “Las grandes…”; el sencillo hecho ya puede decirnos muchas cosas. Alargo la acotación para decir que existe una frase con la que Rosales nos indica que la lucha socialista está por encima de la relación amorosa de sus protagonistas: “La voluntad somete al amor cuando es necesario. […] Forcé a mi voluntad para que sometiera a mi amor. […] La voluntad de Olga estaba informada por la historia reciente de su país […].”[20]. Concluyo la acotación y continúo, cito el final del cuento de Muñoz: “El 11 de septiembre de 2003, obviamente, recordé desde temprano fragmentos de mi discurso. Y digo mi discurso porque de alguna manera, luego de tanto recitarlo, ya era mío también. Ese día trabajé muy acongojado, aunque debía estar feliz porque después de treinta años yo conservaba en la memoria las frases intactas del doctor. […]. En la noche encendí el televisor y le di una aburrida vuelta a los canales. […]. De pronto, en un canal cultural de la ciudad de México cierta nota sobre la manifestación de Santiago a treinta años del albazo. […]. En ese momento la imagen se detuvo en una pareja. Duraron en la pantalla apenas diez segundos, los suficientes para que en Torreón, a no sé cuántos miles de kilómetros, viera yo, […] al cuarentón calvo y a la mujer con lentes de intelectual esnob; [...] sus labios parecían decir […], como si fueran coro, ‘mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor… No te preocupes, cabrón, no te preocupes’.”[21] Vicente Alfonso, aunque no al final, incluye un pensamiento desgarrador, nuevamente con la sutileza que decidió impregnar a este cuento: “Katia, debe ser difícil cargar una historia como la tuya: un cuento que empezó con noches blancas y bruma del Báltico, con meses enteros de vodka y papas, con astillas de madera y espacios cerrados. Una ciudad arcaica partida por los ríos: cicatrices de agua y barcos. Después vinieron la escuela y las clases de baile, Tolstoi y las primeras noticias de una amenaza en inglés que late entre los gajos del mundo. Justo entonces te llegó la adolescencia, con un estrépito de hielos que se parten, de guerra fragmentada, y sentiste que la patria se te volvía un rompecabezas donde los rublos se volvieron verdes y lejanos y no te quedó nada, sólo el mismo vodka con las mismas papas.”[22]
No puedo imaginar que no haya pasado por sus estómagos y sus cabezas una sensación y un pensamiento de frustración y coraje que bañara la tinta de sus plumas al momento de redactar estos fragmentos que, al menos para quien escribe, significan mucho más que palabras bien acomodadas.
Regreso a los tres autores, y los resumo de la siguiente manera. Saúl Rosales, el poético; Vicente Alfonso, el sutil; y Jaime Muñoz, el directo. Diferentes en la forma, como se dijo desde un inicio, pero similares, y bastante, en el fondo. Por supuesto que hay algo que los vincula. Insisto en la imagen del hilo que los une; conforme fui avanzando en la redacción de este ejercicio literario, me fui convenciendo cada vez más de que el hilo es de una consistencia gruesa y firme.
Con todo lo expuesto, reitero que los tres son cuentos de amor, patria y revolución. Queda claro, entonces, que la nostalgia fue el condimento principal con que las plumas de estos tres escritores laguneros crearon sus historias.


[1] Rosales, Saúl, Autorretrato con Rulfo, ed. ISSSTE, México, 2000, 157 pp.
[2] Alfonso, Vicente, El síndrome de Esquilo, ed. Ficticia, México, 2007, 128 pp.
[3] Muñoz, Jaime, Ojos en la sombra, UAC, Saltillo, 2007, 211 pp.
[4] Alfonso, Ibídem, pp 8.
[5] Rosales, Ibídem, pp 88.
[6] Muñoz, Ibídem, pp
[7] Alfonso, Ibídem, pp 12.
[8] Alfonso, Ibídem, pp 15.
[9]Alfonso, Ibídem, pp 15.
[10]Que quede claro que haré referencia solamente al principal rasgo de cada cuento, de otro modo, no terminaría de enlistar todo lo que acaparó mi atención.
[11] Rosales, Ibídem, pp 99.
[12] Alfonso, Ibídem, pp 8.
[13] Alfonso, Ibídem, pp 8.
[14] Muñoz, Ibídem, pp 176.
[15] Muñoz, Ibídem, pp 182.
[16] Rosales, Ibídem, pp 97.
[17] Alfonso, Ibídem, pp 9.
[18] Muñoz, Ibídem, pp 176.
[19] Rosales, Ibídem, pp 106.
[20] Rosales, Ibídem, pp 105.
[21] Muñoz, Ibídem, pp 192.
[22] Alfonso, Ibídem, pp 14.

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