Lloró. Lloró mucho. Gritó. Tuvo esa sensación que desgarra las entrañas; el vientre se contrajo, y los poros de la piel le dieron entrada a la desesperación. La garganta se secó, la saliva se hizo densa. Las lágrimas fueron abundantes, cayeron como cascadas rebeldes mientras los ojos se hincharon como globos.
Ella decidió claudicar. Decidió dejar de luchar. Y por ese breve lapso de tiempo, se sintió liberada, ligera, agradecida por el gran peso que se había caído de sus hombros y de su espalda. Sonrió y tuvo una efímera sensasión de felicidad.
Esta vez su hartazgo y desesperación son mayores. No se liberó, sino que huyó. Lo entendió. Al fin lo entendió. Ahora tendrá que comenzar de nuevo.
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