No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

8.5.12

El frasco de mayonesa


Era la hora de la comida. Mi madre, con un grito sutil, nos reunió en el comedor. Sentados en la mesa redonda con espacio para cuatro personas, mi padre, mi hermano mayor, y yo, estábamos listos para satisfacer el hambre que alborotaba a nuestras tripas.
Mamá tenía la costumbre de ser la última en ocupar su lugar en la mesa; así, cada vez que anunciaba que la comida estaba lista, tenían que pasar unos diez minutos para que pudiéramos comenzar a devorar. Ése día, un frasco de mayonesa fue el culpable del retraso de mamá; la tapa estaba tan bien sellada, que se requería un esfuerzo brutal para aflojarla.
La ensalada de atún esperaba, más ansiosa incluso que nosotros, que la mayonesa dentro del frasco se vertiera por fin sobre ella, para convertirse en la más seductora ensalada jamás hecha.
¾¡Ay, no puedo abrirlo! ¾, dijo mi madre después de mantener una lucha estéril contra el reacio frasco de vidrio.
¾¡Mujer!, qué tan difícil puede ser abrir un inocente frasco de mayonesa. Eres una débil¾, dijo mi padre dirigiéndose con semblante socarrón a mamá.
Mientras ambos discutían, mi hermano y yo suplicábamos que aquello no fuera a convertirse en una riña conyugal, pues teníamos ya mucha hambre y un incidente así arruinaría nuestra hora preferida del día: la hora de comer.
¾Bueno, intenta abrirlo tú, a ver si es cierto que es algo tan fácil¾, dijo mi mamá.
¾A ver, pues, tráe para acá ese chingado frasco, ya parece que me va a ganar¾, alegó mi papá.
Las manos de mi padre eran grandes, carnosas, con una cantidad incontable de venas saltadas y gruesas; esas manos campesinas, acostumbradas al trabajo duro, advertían la fuerza física de mi padre, un hombre muy fuerte, para mí, el más fuerte de todos los hombres sobre la tierra.
Tomó entonces el frasco, que casi sucumbía entre las dos manos gigantescas. Pobre envase de vidrio, de haber sido un ser viviente, aseguro que hubiera querido escapar al ataque del hombre de manos corpulentas.
Para ese entonces, mi hermano y yo habíamos olvidado el hambre que nos mordisqueaba los intestinos y preferimos concentrarnos en el acto trágico que destrozaría para siempre la inocente obstinación del frasco de mayonesa.
¾Ah, cabrón. No puedo¾, dijo mi padre con los ojos saltados y la cara roja de tanto pujar.
Insistió un par de veces más, pero en apariencia, nada sucedió. Imposible, pensé, con la confianza inquieta de que Dios nos jugaba una broma patética que a nadie provocaría risa mas que a él.
¾¡Ah, verdad! No me creías¾ dijo al fin mi madre, con aire triunfal.
¾Es que sí está muy apretado. No, de plano no puedo, a esta madre le pusieron resistol. A ver, Karla, inténtalo tú¾.
Por qué se le ocurriría a mi padre que una niña de 7 años podría resolver el problema que ni él, con toda su fuerza, pudo solucionar. ¿Acaso quería compartir conmigo su humillación?
¾No voy a poder, ¿cómo se te ocurre, papi? ¾
¾Una orden es una orden, y yo te estoy ordenando que lo abras¾.
Me ofendió la voz despótica de mi padre. Desde antes de iniciar la misión, me sentí  vencida; su autoritarismo a veces superaba los límites.
Tomé de mala gana el dichoso frasco de mayonesa. Mis manos apenas lograban abarcar la anchura del envase, tuve que acomodarlo debajo de mi axila izquierda para apoyarme mejor. Toda mi concentración reposaba en la tarea de abrir el frasco, nada en ese momento me importaba más. Era el frasco, o mi dignidad. Puse todas mis fuerzas en mi mano derecha, que se arrojó sin recato sobre la tapa de aluminio que entorpecía nuestra alegría culinaria.
¾¡Lo abriste! ¾, cantaron todos al mismo tiempo, ¾¡Abriste el frasco! ¡Sí pudiste! ¾
Aquello parecía una fiesta porque al fin pudimos comer, y una sonrisa persistente me acompañó durante toda la comida. No me alegré por haber abierto el frasco; me alegró, más bien, el guiño delator de mi cómplice. Mi padre me quería mucho.

1 comentario:

Diana dijo...

Hoola Karla soy Diana, (amiga de Nati) pasé a visitar tu blog y lo que leí me encantó felicidades!