No leo y me agüito gachote

Cuando no leo me agüito gachote.

17.6.12

El otro ejemplo de mi padre


La noche que jugamos a las luchas, mi papá y mi hermano me iban ganando. La quebradora que me aplicó mi padre estuvo mal hecha, y me hizo caer fuera del área de lucha, en el piso, y lo primero que se estrelló en él fue mi frente, y parecía que me había crecido otra cabeza, pero no, sólo fue un chipote.

No quise llorar porque no quería ser la niña que siempre chilla. Me quería aguantar como mi hermano, y también me interesaba ganar puntos con mi señor padre. Dejamos de jugar, yo dije no me dolía, y entre los tres intentamos armar un plan para cuando mamá llegara y preguntara qué demonios había sucedido con mi frente y con el buró de mi recámara.

Mi papá me puso algo así como azúcar con vaselina. Ni él sabía para qué funcionaba ese menjurje. Nos dispusimos a ver la televisión, los tres acomodados en la sala, seriecitos, y aparentando poner mucha atención a las noticias de las 10 de la noche. La verdad es que estábamos nerviosos. No se nos había ocurrido ningún jodido pretexto verosímil, aunque al final nos decidimos por uno.

Primero mi papá sugirió una pelea entre mi hermano y yo que terminó en golpes hasta que él llegó a separarnos, pero la idea no nos pareció ni a mi hermano ni a mí porque eso exentaba a mi padre de toda culpa.

Luego sugirió que yo ya estaba dormida mientras ellos veían la televisión, y de pronto escucharon un golpe desde mi recámara, fueron corriendo a ver qué había sucedido, y me encontraron tirada en el suelo: había tenido una pesadilla y sin querer me caí de la cama, golpeándome con el buró. A mí no me gustó mucho esa idea porque me hacía ver muy tonta, pero acepté porque era lo mejor para todos.

Mamá regresó del rosario con galletas y café en mano, mismas que azotaron en el ya adolorido piso cuando me vio la cara. Los ojos casi le explotan de tanto que los abrió, y gritó casi para quedarse luego sin voz:
-¡Qué pasó aquí!

Los nervios se apoderaron de nosotros cuando entró a mi cuarto y vio el inconsolable buró con una pata rota. Mi hermano, mi papá y yo, sólo agachamos la cabeza y escuchamos la regañiza que mi madre nos puso. El más castigado esa noche fue mi papá, que tuvo que asumir la culpa por los tres, pues por supuesto mi madre no creyó nuestra mentira. Nos mandaron a la cama sin cenar, y papá nos acompañó a cada uno a la recámara. Cuando tocó mi turno, me dio un beso de buenas noches y me dijo que fui muy valiente, porque él sabía que mi chipote me dolía muchísimo. Estaba orgulloso de mí, y me prometió que al día siguiente se inventaría algo para que volviéramos a jugar a las luchas sin que mamá nos regañara.

Recuerdo a mi padre guiñándome el ojo y apagando la luz de mi cuarto. Los juegos de niños eran también para él. Jamás nos regañó por jugar en la tierra o hacernos caras a la hora de la comida, al contrario, él se unió a nuestros juegos tontos, asumiendo el papel de hermano mayor regañado. Hacía lo que fuera por vernos felices.